TRIGÉSIMA TERCERA HISTORIA – LA CRIADA DESPIADADA

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Severiano era el quinto hijo de Leandro, el maestro del pueblo, y de Teresa. El bisabuelo Leandro enviudó pronto y se volcó en la educación y en el cariño hacia sus hijos Valeriano, José, Teresa, Pachón y Severiano.
A partir de este momento quedaron en manos de una criada, poco cariñosa, bruta y tosca. Mi abuelo Severiano, con razón, nunca simpatizó con ella porque, como fue el más pequeño de los hermanos, soportó los malos tratos de la criada.

Dolores la de Tiso, que era como la criada se llamaba, sufrió durante toda su vida las bromas del abuelo, a modo de penitencia, por el poco cariño que les dispensó a él y a sus hermanos. Una de las bromas hacía referencia a la soltería de Dolores, mujer, además de bruta, poco agraciada físicamente y de temperamento fuerte, cualidades estas poco afortunadas para una mujer con pretensiones  matrimoniales.

Por aquellas fechas vino al pueblo un indiano solterón, cargado de dinero y se enamoró de una de las chicas más guapas del pueblo, pero le resultaba difícil acercarse hasta ella para hacerla sabedora de sus buenas intenciones. Encargó a un grupo de mozos del pueblo cortar la rama más alta de un cerezo de su propiedad que estaba cargada de cerezas, lo que en Asturias se llama la picalina del cerezal, y que por la noche la pusieran silenciosamente en el corredor de la joven cortejada. Así lo hicieron para que trajera pronto los frutos amorosos al tímido americano.

Severiano, que había oído a los mozos el trabajo que tenían encomendado, se mantuvo alerta hasta que los mozos dejaron la rama en el balcón de la cortejada y se apresuró a trasladarla hasta el corredor de su antigua criada. Dolores la de Tiso al encontrarse por la mañana con la rama amorosa salió a exhibirla al vecindario, lo que provocó las risotadas de todo el pueblo.

Dolores la de Tiso tenía un hermano que le llamaban Vicentillo y acostumbraba a soltar la única vaca de su propiedad todas las noches. Su intención era que la vaca se alimentara de las ristras de maíz que colgaban de los corredores de las casas del vecindario. Una noche la vaca fue a parar al balcón de la casa de Severiano, que no quiso desperdiciar la ocasión del escarmiento. Amarró dos latas vacías de aceite La Giralda, una en cada cuerno de la vaca de Vicentillo y luego la espantó con una cachava para que diera un buen concierto por todo el pueblo.

Estas y otras bromas las recibía Dolores con mucha resignación ante el anonimato del autor y el cómplice silencio del resto del vecindario. Aunque no dejaba de mirar inquisitorialmente al que ella creía autor de sus desgracias, que no era otro que al abuelo Severiano.

El Padre Prada, segundo hijo de Leandro el maestro, el tío José, como le llamaban todos los hijos de Severiano, llegaba todos los veranos de vacaciones a casa de Severiano. Pertenecía a la Orden Religiosa de los Padres Agustinos y pasó gran parte de su vida religiosa entre Roma y Las Islas Filipinas. Todos sus sobrinos sienten un gran cariño por él y recuerdan con nostalgia las visitas de su tío, así como los presentes que nunca faltaban para todos los hermanos.

Supe, en mi investigación privada en la Orden de los Agustinos, que primero había estado en las Islas Filipinas y allí había ejercido el cargo de Rector de la Universidad Católica de Manila. Posteriormente tuvo el cargo de Provisor General de la Orden en Roma y que gozaba de gran prestigio en ella.

La guerra civil española le cogió en Barcelona, donde un grupo de milicianos tomó el convento al asalto y lo sacaron al jardín del claustro con los demás frailes para su fusilamiento. Mataron uno por uno, eso si, antes les preguntaron la procedencia, el miliciano, que le tocó en suerte, era de la Felguera que, al oír que era de Tudela de Agüeria, paisano suyo, le regaló la vida caprichosamente. Esta escena macabra acabó con su mente y luego con su vida. Hoy descansa en paz en el cementerio del convento de los Padres Agustinos de Barcelona.