EL LUTO Y LA GLORIA

sc03b00d60PUBLICADO EN DIARIO MONTAÑES 24 MARZO 2014

“Mi querida España, esta España mía,
esta España nuestra…
ahora te despiertan versos de poetas”
Cecilia.

                    La muerte física de Adolfo Suarez es el final de un hombre que desde hace casi diez años iba siendo invadido por una enfermedad neurológica, probablemente relacionada con el dolor relacionado por la adversidad y el cáncer que había devorado a su mujer y a sus hijas, conduciéndole a una situación de autismo depresivo, otros dice que Alzeimer, que cubrió su memoria, y le apartó del mundo.

Hoy, nadie mayor de 35 años ha sido testigo de sus aciertos o sus errores. Y para muchos, es tan solo un político más, que logró la Transición hacia la democracia, sin reconocer las dificultades de un momento en el que España se debatía entre el mantenimiento del pasado y las ansias de un cambio. Durante aquellos años, un hombre proveniente de las filas de franquismo tardío, — “ ¡que error que inmenso error!” — se exclamó tras su nombramiento por el Rey y despreciado por todos, asumió el cambio político más trascendente de la Historia contemporánea de España. En cuatro años, desde 1977 a 1981, el país pasó de un régimen autoritario sumido en una crisis económica devastadora ya olvidada, a la aprobación de una Constitución, el reconocimiento de los partidos políticos y sindicatos, la libertad de expresión y el consenso como forma de actuación política. Mientras el mundo contemplaba sus logros, en España se seguía dudando de su capacidad y se cuestionaba su labor. Aquel advenedizo no era más que un “tahúr del Missisipi”, según le llamó Alfonso Guerra, el “cachorro de Franco”, el hombre que abrazó a Yaser Arafat, el político que sacaba conejos de la chistera para engañar a sus adversarios. Debió asumir una moción de censura parlamentaria y las intrigas de sus propias filas que le llevaron a la única dimisión de un Presidente de Gobierno en nuestra historia reciente. Quedó como recuerdo su gallardía cuando los golpistas del coronel Tejero asaltaron el Parlamento, permaneciendo firme en su escaño, convencido de que nuevamente se truncaba la convivencia pacífica entre españoles. Tras ello, Adolfo Suarez se vió reducido a la marginación política y sus intentos de recuperar un partido centrista, solo consiguieron unos pocos escaños y el desprecio de quienes, desde la derecha y la izquierda, consideraron su figura como un ambicioso fracasado, lleno de rencor.

Durante años, permaneció callado, sin intervenciones públicas e ignorado por quienes heredaban un país asentado en la convivencia y los modos democráticos. Pero jamás hubo reconocimiento expreso a su labor. Tuvieron que transcurrir tres lustros hasta que se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y otros diez años más, para serle otorgado el Toisón de Oro. Para entonces, el hombre era ya una sombra aislada del mundo. Hoy, se le dedicarán todos los elogios y homenajes que en vida se le regatearon. Hoy, quienes le despreciaron, exaltarán su imagen. Hoy, quienes le traicionaron se proclamarán admiradores de su labor. Hoy, lloverán todo tipo de homenajes, condecoraciones, días de luto oficial, calles con su nombre y veremos a toda la clase política que durante tres décadas le ignoró, recordar su gesta y reconocer su labor.

Se ha comparado su vida, con la de los héroes de las tragedias griegas. Alzado a la gloria, traicionado por sus compañeros, insultado por sus adversarios, castigado por la muerte de sus seres queridos y condenado al olvido. Pero el personaje, amado, odiado e ignorado, seguirá vivo en la Historia y ante su féretro, comenzarán a desfilar cabizbajos todos los que en día le despreciaron entre gestos de luto y palabras de gloria.

“¿Dónde están tus ojos, donde están tus manos, donde tu cabeza?
Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra… ”
Cecilia