Campañas…

No hay nada más cansino que una campaña electoral. Los partidos ponen en valor toda su capacidad para el tormento con promesas que nadie cree (a salvo de los convencidos, claro está, para los que en realidad no haría falta campaña), eslóganes de mercadotecnia, fotografías tuneadas (a Esperanza Aguirre cuesta reconocerla en los carteles) y actos para palmeros que jalean lo que sea a cambio de unas banderas de plástico, un par de pegatinas y el apretón de manos de su líder mientras se acerca a la tribuna. Y en realidad, pese al esfuerzo, hay pocas diferencias entre las de unos y las de otros. Porque hasta en las horteradas que pretenden la diferencia van empatados. Hace unos días vi las fotos de un candidato a alcalde mojándose los pies en el mar en defensa de una senda costera, como si eso sirviera para sostener un compromiso. Nada que ver con otro pretendiente del mismo partido en pelotas y tapándose el culo con una flor, mientras dice al que lo lea que ‘soy mejor que tú, y lo sabes’, o con el alcalde de Badalona, que se presenta ‘limpiando’ la ciudad. Transgredir para llamar la atención está sobrevalorado, y en el fondo solamente llama a la compasión por lo que llevan de tontería.

También tienen las campañas mucho de postureo. Homenajes con flores a personajes públicos que ‘encarnaron los valores del bla bla bla’, y que solamente congregan a los candidatos en días que caigan en la quincena anterior a las votaciones. Visitas a puestos de mercado de los que salen los postulantes cargados de bolsas de productos mientras el resto del año hacen la compra por internet. Bailes con la tercera edad, baloncesto con jóvenes, trabajos de jardinería, cocinitas con las monjas, tertulias con café y bollos. Cualquier cosa que haga parecer que se está en la calle, al loro de lo que pasa, cercano y receptivo, uno más. Cinismo descarnado y en estado puro, sin rubor ni vergüenza, con toda la cara dura que da saber que el día después de abrirse las urnas ‘si te he visto, no me acuerdo’, y que ‘me quiten lo bailao’ que hasta dentro de cuatro años no toca otra vez circo. Con más pistas, números nuevos y animales de refresco. En el tiempo entre campañas los políticos se confunden con la hierba alta de los jardines descuidados.

Las campañas cuestan una pasta. Que si cartelería, que si cuñas de radio, que si spots de televisión, que si folletos grandes, medianos y pequeños, que si envíos de papeletas, que si autobuses, escenarios, y megafonías… Las puestas en escena, pretenciosas y grandilocuentes, son cada vez más complicadas, anteponiendo la imagen al mensaje, y el momento a los discursos, buscando llenos y titulares, gastando pólvora del rey. Pagamos todos y gastan cuatro gurúes de la comunicación política, que se pavonean por las primeras filas esperando que alguien les reconozca el éxito del formato y el acierto del evento. Supervivientes del fracaso, que nunca será cosa suya sino desacierto de los candidatos o empecinamiento del elector. Conozco uno en Cantabria que lleva años perdiendo, y aún así se le sigue viendo en la parte oscura de las fotos de campaña como el fantasma que realmente es.

En fin, que la democracia tiene estas servidumbres. No nos queda otra que pasar el trago, recoger panfletos, dejarnos sobar y pasar por tontos diciendo que si, que a los candidatos se les ve íntegros, responsables y sinceros. Al fin y al cabo son 15 días…