DEL CAFE A LA ACHICORIA

Publicado en el DIARIO MONTAñES 2 mayo 2014

BANDERA

                El deseo independentista del nacionalismo catalán se basa en la exigencia de ser reconocidos como diferentes del resto de los españoles y creer que como país separado lograrán un mejor nivel de vida. Con esos argumentos han crecido varias generaciones, mientras en el resto de España, desde hace mucho tiempo, se considera “distintos” a los catalanes, contemplándoles como españoles a medias. Siempre se ha admitido como normal que el desquiciamiento político de la Segunda República les concediese un Estatuto convertido en base de su actual independentismo. Siempre se ha considerado a Cataluña como la zona de España donde deberían hacerse las mayores inversiones, incluso a costa del crecimiento de otras regiones con mayores necesidades. Y siempre, por desconocimiento histórico, se ha aceptado que Cataluña era distinta, contemplada como vecino circunstancial al que había de darse un trato preferencial.

         ¿En qué es distinto un catalán para hacerse acreedor de ser independiente?. Además de usar habitualmente el idioma castellano puede expresarse en su propia lengua local, tiene tradiciones y costumbres gestadas a lo largo de los siglos, una religión común y una convivencia secular con el resto de España y a todos amparan las mismas leyes. Cataluña tiene una historia propia, como cualquier otro territorio peninsular, pero si pensamos en esos términos, León, Navarra, Aragón o Castilla poseen mayor antigüedad y legitimidad sin que esgriman pasados derechos. Por otra parte, la lengua no implica la existencia de una nacionalidad propia. De ser así, muchos países deberían pertenecer a una única nación. Y si el superior desarrollo económico de una parte de un territorio nacional justificase la escisión de las zonas más empobrecidas, Madrid debería independizarse de sus vecinos de la meseta, y lo mismo ocurriría en cualquier escenario mundial: Milán del resto de Italia, California de Arizona o Baviera de Sajonia. Todo ello, en un mundo globalizado, donde las fronteras se diluyen y se avanza hacia la integración supranacional.

             ¿Por qué hoy, el reconocimiento oficial de la lengua y la concesión de una amplia autonomía no han sido suficientes para satisfacer el nacionalismo?. ¿Han surgido nuevos agravios o restricciones?. ¿Les ha perjudicado su logro para que se clame ahora por la separación?. En Cataluña viven seis millones de personas y su mayor actividad comercial se desarrolla con el resto de España. ¿Qué beneficio pueden obtener con la independencia?. La separación, junto a la huida de empresas en busca de mejores mercados o el mantenimiento de los actuales, significará la reducción de sus ingresos y deberán asumirse los costos de cualquier nación independiente que sus ciudadanos pagarían con impuestos hoy repartidos entre 40 millones de españoles: pensiones, sanidad, educación, seguridad, inversiones públicas, dotarse de energía y el pago de sus deudas.

                Pero, además de los problemas económicos surgirán otros de mayor importancia. Por lo menos la mitad de su población, no desea la separación. ¿Se verán obligados a vivir en un país que les considere hostiles?. ¿Y qué ocurrirá con los catalanes, que con independencia de su ideología, trabajan en el resto de España?. Automáticamente pasarían a ser ciudadanos no pertenecientes a la Unión Europea y como extranjeros perderán sus derechos nacionales tanto a efectos de ciudadanía como laborales. La escisión unilateral de Cataluña provocará una separación de familias, relaciones comerciales y lazos de toda índole, acrecentados por la sensación de agravio y resentimiento mutuo. Todo ello suponiendo que se no provoquen tensiones que conduzcan a situaciones de violencia.

              La confianza en que se respete el cumplimiento firme de la ley no es una garantía plena para que el nacionalismo catalán no consiga sus propósitos. En el PP se buscan fórmulas de aproximación y el PSOE contempla cambios constitucionales para solucionar el conflicto separatista, sin una postura uniforme en todo el territorio nacional, oscilante entre federalismos asimétricos y otras formas de ingeniería política. La efervescencia del nacionalismo catalán, crece a la misma velocidad que la pérdida del concepto de España como patria común. Mientras las llamadas al diálogo no logran avance alguno conciliador, muchas regiones del conjunto nacional ajustan sus gastos a la racionalidad del reparto común, y a la vez que en Cataluña se siguen demandando y obteniendo beneficios económicos, con la misma rapidez aumenta en la opinión pública española un sentimiento creciente de hartazgo generalizado. Los gritos contra España pueden volverse en un rechazo a todo lo que se identifique como catalán, desde los productos a las personas, provocando una escisión social que jamás existió.

             Es una consecuencia del “café para todos” del Estado Autonómico que puede acabar en que muchos acaben tomando achicoria para que otros sigan disfrutando excelentes capuchinos con nata montada servida por despreciables charnegos.