OTRA VEZ EL RIDICULO

 

Publicado en el DM el 18 mayo 2017

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Eurovisión es un concurso que pese a su tediosa votación, llega a millones de espectadores en toda Europa y constituye la retransmisión con más audiencia después de las deportivas, donde han triunfado artistas como Abba, Gigliolla Cinquetti, Celine Dion y participado algunos que alcanzarían fama como Sergio Dalma, Domenico Modugno, Mocedades, Al Bano, Cliff Richards o Raphael aunque casi todos han quedado oscurecidos con el tiempo o relegados a la fama en su propio país. El reciente fracaso de un cantante español en el festival de Eurovisión, con un gallo espectacular en plena actuación y una puesta en escena de feria de pueblo, es más que una anécdota que se une al recuerdo de la esperpéntica actuación de Chikilicuatre no hace mucho, son ejemplos que exportan una visión de la España moderna.

Participar en Eurovisión, junto al abono de los gastos de viaje, estancia y montaje le cuesta a Televisión Española 400.000 euros y casi siempre se acompaña de una selección oscura con maloliente tufo de escándalo. Lo primero que habría que preguntarse es quienes son los supuestos expertos que escogen al representante español y la canción, porque a tenor de los resultados conseguidos a lo largo de los últimos años, donde en quince ocasiones se ha quedado entre los cinco últimos puestos, no se puede decir que sean unas lumbreras. La oportunidad de mostrar la calidad artística de España en un ámbito internacional, debería estar sujeta a mayores controles cuando esta se realiza con dinero público. De entrada resulta curioso que mientras Francia y Bélgica cantan en francés, Italia en italiano y Alemania en alemán, nosotros lo hacemos en inglés, despreciando el español, un idioma usado por 400 millones de personas en el mundo, con la creencia de que así estamos a la moda. Solo aquellos países cuya lengua no se habla más que en su limitado ámbito, como los eslavos, escandinavos o caucásicos eligen el inglés como letra de sus canciones. Y con independencia de que los sistemas de votación estén viciados, lo cierto es que multitud de países han ganado u obtenido un puesto decoroso con participaciones que pueden gustar o no. Sin embargo España consigue notoriedad en actuaciones que llevan, en los últimos años a reiterados fracasos. Ahora se ha seleccionado a un cantante y una coreografía surfista a Ucrania, un país donde este deporte es tan ajeno como las auroras boreales en el nuestro. En otras ocasiones aparecieron artistas desconocidos que volvieron al anonimato tras mostrar su gris calidad.

Se nos llena la boca demandando bajadas en el IVA para la cultura, la protección de los artistas o la exportación de la imagen de la marca España y cuando tenemos ocasión de mostrarla en foros internacionales, muchas veces conseguimos un completo ridículo, porque creemos que hacer el payaso en un escenario o la provocación por sí misma tienen el mismo valor en España que en otros países. Y aunque se considere que el festival de Eurovisión es un tema menor, especialmente como consecuencia de las pobres cosechas conseguidas con nuestros representantes, no ocurre así con otros países. De entrada resulta curioso que mientras Francia y Bélgica cantan en francés, Italia en italiano, Alemania en alemán y Portugal en portugués, nosotros nos empeñamos en cantar en inglés, un idioma usado por 400 millones de personas en el mundo y el segundo de occidente, con la creencia de que así estamos a la moda y alcanzamos mayor difusión.

Si existe un organismo llamado Consejo de Televisión, con sus miembros espléndidamente pagados, lo menos que habría que pedirles por su extenuante trabajo, es que cuiden lo que se envía al extranjero, cuando se emplean casi medio millón de euros en seleccionar al representante de España y su canción, porque esa va a ser la imagen de nuestro nivel artístico ante millones de espectadores.

Pero no se preocupen. El próximo año, un nuevo desconocido nos volverá a deleitar con sus gorgoritos ingleses obsesionados en hacer olvidar vieja imagen de la España de pandereta por otra de supuesta modernidad que cosechará otro ridículo bajo el amparo de RTVE. Y si no, al tiempo.